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X X Y

por Marcelo Augusto Pérez



Lucía Puenzo, 2007


La Versión de dos Padres

Cuando alguien no sólo va a una escuela de cine para aprender, porque esa escuela se hizo poniendo el cuerpo entre cables, cámaras y actores; el producto es maravilloso. El adjetivo no es excesivo teniendo en cuenta que es una ópera prima y que el clima de tonos, palabras y ritmos impresiona por su precisión y por su talento. Esto sumado al hecho de que el tema (uno de los temas) de la obra ha sido tratado sin caer en lugares comunes y con una dimensión de lo abierto y poético no siempre otorgada.

Desconozco si Lucía Puenzo ha leído a Lacan; pero la dimensión del significante (ya presente en Freud) se presentifica desde el primer instante: “Hembra” –dice el padre; ese mismo ser que no sabe (hasta tanto después) que el sexo biológico no determina la sexualidad del sujeto. Un sujeto (un sujeto de deseo, padeciente del Verbo que el Otro le Dona) no es un tortugo marino a quien se le puede determinar a priori su partener sexual. Es el significante quien hará su primitivo y silencio trabajo de transmisión; el mismo que –pongamos por caso- hace que una hija levante un pico de fiebre a las tres de la tarde durante semanas enteras “ si n saber” que en ese horario su madre ha sido llevada al geriátrico, hecho inaceptable para ese mismo sujeto.

Y la genialidad de Puenzo es tal que la vuelta de tuerca de su obra tiene su núcleo en las dos escenas de los dos padres que no por casualidad han sido editadas en progresión secuencial. He aquì, creo, el nudo de la cuestión: un Nombre-del-Padre que se pronuncia de dos modos, obviamente sin verbalizarse; sino a través de la transmisión inconsciente: lo único –poco y mucho- que un parlêtre lee en su vida.

Un padre neurótico, que no sabe y que hace operar su castración no sólo aceptando no saber (esperando –como dice su hija-); sino sobre todo dando a ésta todo el poder de la palabra, es decir, del deseo. “Dejé que ella decida… estará bien? ”- Pregunta eterna del neurótico que prefiere optar por un deseo insatisfecho (o prevenido, o imposible) pero que, en este caso –cuál Antígona- decide llevar un acto de decisión frente a una problemática que ninguna ciencia puede aprehender.

He aquí el otro punto en donde Lucía Puenzo hace pie: el deseo humano no pasa por los genitales, o por el “tipo” de alimentación que el deseo de ¿hambre? pueda digerir (miles de anoréxicas se encargan de demostrarlo) Por ello es tan genial la escena en donde el otro Padre (aquel que no dona más que malestar perverso; no pudiendo siquiera poner una mano en el hombro de su hijo varón, no pudiendo incluso mentir si es necesario –aunque no es mentir, porque para todo padre su hijo debería ser buen-hijo (“ good enough ”) y no objeto de estudio científico u objeto fetichista- porque el deseo de un padre o de una madre debe unirse al amor) se enfrenta –decíamos- con la palabra de un hijo en su re-despertar sexual y advierte que se ha enamorado de un “fenotipo femenino” tranquilizándose pasivamente al entender que entonces su hijo no es homosexual. Padre que no sólo desconoce la escena que ese hijo vivió a priori con la chica (donde el chico varón mismo declara que le ha gustado) sino que, fundamentalmente, peca en el desconocimiento de que tampoco el fenotipo declara sexualidad.

Hombres de voz grave, cero afeminados; mujeres “hiperfemeninas”; también pueden ser homosexuales. Significante que no discrimina color de piel u oficio; porque –como Freud nos enseñó- la sexualidad se a-nuda en el drama edípico vía significante fálico. Caeríamos en la perversidad declarada por quienes creen que –por ejemplo- algunos gaüchos de nuestras pampas son homosexuales porque son gaüchos ( “y de ellos nada se puede esperar…”- Antonio Carrizo dixet. ) y no porque son sujetos de lo inconsciente.

La película de Puenzo transita el nivel de lo no-sabido ; el nivel de la cadena pulsional de palabras que hace que el animal-simbólico constituya tan enigmáticamente su sexualidad. (O, para decirlo todo, que ese “enigma” esté anclado en el descubrimiento freudiano de lo inconsciente a través de su drama edípico, vía el operador fálico.) La ciencia, que entiende que una deformación cromosómica ya necesita el aval de psicólogos, médicos y genetistas; cae en el mismo error que toda la psicología (al mejor estilo de la puericultura) que pretende aconsejar, señalizar y vehiculizar algo en nombre de un saber imposible. He aquí la genialidad que Lucía Puenzo ha sabido imprimir en la personalidad del personaje que en-carna Ricardo Darín magistralmente –creo que cómo nunca antes-. Una personalidad que no todo neurótico podría sostener.

FRAGMENTOS de este TEXTO PUBLICADO EN: Página/12; Suplemento PSI; Jueves 27 Junio 2007.-

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