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Derecho de Familia

Daniel Burman ; Argentina, 2006 .


El padre está frente al hijo. El hijo se dispone a escribir unas líneas sobre una servilleta de papel. El padre observa y enuncia: “¿Sos zurdo vos...? Mirá… no me acordaba.” En detalles como estos se enmarca el último producto de Daniel Burman que pinta un paisaje centrado en la relación de tres generaciones de hombres: abuelo, padre, hijo. Una película de tono psicoanalítico que nos viene a decir básicamente cómo un sujeto repetirá “la axiomática” de su progenitor con su propia progenie; es decir, cómo es inevitable usar el mismo trajecito y colocárselo –vía inconsciente- a un hijo con los tres años recién cumplidos. Ese trajecito (recordemos la frase del protagonista en una reunión de padres: “ yo me encargo del vestuario ”) es el símbolo de una repetición generacional que ata al sujeto a los significantes impuestos y cuyo “callejón sin salida” constituye, sin más, la base de su caracterología: esa sumatoria de síntomas que pueden desencadenar que una persona se enamore de otra o que, a la vez, se aleje. En el “ yo me encargo ” también se articula lo inconsciente: porque no hay opción… El sujeto no sabrá que en ese enunciado está el secreto de una enunciación posterior, un discurso sin palabras que muestra la uniformidad de un vestuario “hecho a medida”.

Vestuario que simboliza desde la imposibilidad de un padre de donarle la palabra a un hijo hasta la imposibilidad de “entender” que un bebe viene con su caca acuesta y que tiene que ser necesario que el padre pueda manipular esta caca, prolongación y deshecho no sólo del bebé sino de todo humano. He aquí, oh casualidad freudiana, la sutil combinación que hace pintar a Burman -con su cámara- lo anal y lo obsesivo. He aquí la “medida” de lo inconsciente. Porque lo inconsciente, en última instancia, ¿no está siendo estructurado “a la medida”? ¿No es un “sastre” que nos persigue? ¿Qué sucede cuando un hijo va a pedirle crédito a un padre (recordemos el film holandés “ Carácter ”)? Esto es: elige (¿elige?) endeudarse con su progenitor. ¿De qué crédito se trata? ¿No estamos acaso ante una demanda de otra cosa? ¿Y si hay demanda, no es de amor?

Estos interrogantes que Lacan ha respondido con una lógica impecable; contornean “Derecho de Familia” ; dónde, título obliga, cabría preguntarse qué es estar “derecho” cuando se esconde un silencio generacional que puede “torcer” la afectividad de los vínculos. Pienso en un común denominador de la película y me viene un solo verbo: mentir. Un verbo que se articula en varias escenas. Pero ¿saben los personajes que se mienten? ¿Pueden reconocer-se en ese silencio? ¿O acaso no se mienten sino que simplemente se esconden? Hay una escena que habla de la todavía “saludable” personalidad del niño de tres años: cuándo le pregunta al padre si está triste. El niño percibe la tristeza y la verbaliza. El padre la esconde. También el otro padre (el abuelo) se llevará muy guardado el verbo imposible de pronunciar. Su hijo lo sabe: “ él me lo dijo a su manera… no lo supe escuchar” . Decir, no decir… esconder, mentir… Todos significantes que giran en un dispositivo de consulta y que obviamente dan vueltas en cualquier vínculo. Al protagonista, sin embargo, comienzan a caerla algunas fichas: siente la necesidad de “parar” la cadena de silencios y mentiras: le anuncia a su esposa (es decir a quien ha “elegido” para compartir su vida) que en algo le ha mentido; y ese algo no es menor porque fue, para él, bisagra del comienzo del vínculo con ella. También en el final le explica que no es necesario “apurarse”… pero dejar fluir al río no es un mérito humano. Porque, justamente, el humano es un prematuro biológico que nada sabe y necesita de un Otro qué le diga, incluso, cómo hacer el amor. De ahí que el psicoanálisis demuestra –diván tras diván- cómo los seres-parlantes deben pasar por los tres tiempos del complejo y cómo, muchos, deben “remar contra corriente” por ese pasaje que muchos padres no han podido transmitir a sus hijos. Pasaje en dónde, sin más, aparece ese otro significante esencial sin el cuál ningún camino podría transitarse: el falo. Su transmisión, su contorneo, su –incluso- pegoteo, hace de la relación padre/hijo un verdadero camino del síntoma al synthome … hacer del nudo de tres, un cuarto. Despliegue que incluye, obviamente, la ecuación simbólica bebe=caca=dinero , fórmula que no tendría valor sin este andamiaje originario del falo. Y es incluso la posición de ambos padres con el dinero (y los respectivos regalos que se “olvidan” de donar) que hace que el falo sea un elemento que se pasea ostentosamente por toda la hora y media de celuloide. (Poética y brutal resulta la escena en dónde el protagonista “estrena” un regalo que “¿se hizo?”: porque en verdad habría que preguntarse si era para él.)

La sutileza con que D. Burman ha querido dedicarse a enunciar estos conflictos no lo evaden de contar también la historia sociológica paralela; siendo el Derecho el denominador que marcará las formas de posicionarse ante la Ley. Y no tanto la Ley como letra (elemento que el personaje en su rol decente se encarga bien de cuestionar con su famoso latiguillo “ es complicado ”) sino la Ley del Deseo; la Ley que hace de un padre un “padre-versión” (perversión es “padre-versión” / “ père-version ” dirá Lacan); la Ley que ningún sujeto puede eludir mientras esté, justamente, sujeto al lenguaje.

Una película cuyo gran mérito es no ser pretenciosa… porque –a la manera de Sorín- cuenta lo más profundo de la historia de un sujeto con una simpleza que, incluso, puede llegar a molestar. ¿Tan obvio somos los humanos? ¿Tan de manual? ¿Tan valioso fue el descubrimiento freudiano que lo que muestra Burman -también demostrado por W.Allen, I.Bergman y tantos otros- parece no tener fin? Sin embargo, más allá de buscar un fin, debemos “escribir” una salida posible. En esa posibilidad, me atrevería a decir en su “exclusividad”, consiste la tarea del psicoanálisis. Y el arte, en ese punto, le presta un a-brazo no partido.


Marcelo Augusto Pérez

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